Parece fácil: entras en clase, te miran, les hablas, das instrucciones, crees que conocen a través de ti, que aprenden gracias a ti y así avanza la clase; al final dejas un hilo pendiente (“lo vemos mañana”, “lo hablamos mañana”) para unir una hora con otra, un día con otro, y, entonces, te marchas. Ahí acaba todo. Simple, ¿verdad?
No lo es. Tu manera de entrar crea una atmósfera más o menos tensa. Tu manera de mirar establece relaciones de empatía o de temor. Tu manera de hablar determina si solo tú tienes la palabra o si la cedes como una herramienta de construcción compartida de conocimiento. Tu manera de gestionar el aprendizaje puede ser colaborativa o competitiva, investigadora o dogmática, democrática o autoritaria. En educación todo cuenta, los pequeños detalles tanto como los grandes planteamientos.
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