Acabo el curso número 36 de mi carrera, otra vez toca despedirme de unos alumnos a los que ya no volveré a dar clase y no me acostumbro a ello. He pasado un par de cursos con ellos y, como siempre. dejo a unas personas diferentes a las que me llegaron, por una simple evolución natural y porque ellos y ellas han sabido y han querido que así sea.
Tengo por costumbre, y creo que es bueno, dejar que mis alumnos puedan expresar con total libertad la opinión que tienen de mí como docente, qué cosas de las que he hecho les parecen mal y cuáles les parecen bien, le animo a que lo hagan ya que yo he pasado dos años haciendo lo mismo con ellos.
Se trata de aprender de los errores y reforzar aquello que según ellos hago bien, pero también esas relaciones entre maestro y alumno, la empatía, el sentirte parte de..., la comunicación, la sonrisa cómplice, la palmada en el hombro, el preguntar si te pasa algo hoy, las miradas asintiendo o reprobando, todo eso también forma parte de la escuela, todo eso también es educar.
Lo mejor de nuestro trabajo, la mejor recompensa son las miradas y las gestos de tus alumnos, sus palabras y sus sonrisas cuando te cruzas con ellos; hay una complicidad compartida, un sentirse parte de algo que seguramente es para siempre. Es muy gratificante el percibir ese afecto sin filtros y espontáneo que me hace reafirmarme que he tenido la gran suerte de dedicarme a la mejor profesión del mundo, la que me apasiona y en la que intento poner lo mejor de mi aunque no siempre lo consiga.
Pasará el tiempo y volveremos a encontrarnos, puede que no os ubique en la promoción correcta, puede que no recuerde vuestro apellido pero lo que siempre recordaré será vuestro nombre y lo que me hicisteis sentir.
Mucha suerte a todos.
via EDUCACIÓN Y T.I.C. http://bit.ly/2Y3eCSf
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